lunes, mayo 10, 2010

El borracho y la serenata

Anoche me despertaron muchos tarados que aspiran a que sus mamás se sientan orgullosas porque van borrachos en camionetas y coches con equipos de sonido potentes a ponerle play al stereo en el track de Las Mañanitas. Sentí pena por las mamás que además de despertar tuvieron que soportar ver partir a sus hijos, alcoholizados y a madres a despertar a otras señoras. También me dio nostalgia.

Me estoy haciendo medio viejo, pensé al recordar cuando yo daba serenatas el diez de mayo. Y es que con el perdón, no era igual.

Estuve en la rondalla oficial de la Secundaria. Ya saben, era medio nerd. Sabía tocar la guitarra y el Contrabajo -tololoche, pa los compas- algunas canciones en el acordeón, y modestía aparte, sabía cantar, me entonaba, igual que ahora. Tenía muchos amigos igual que yo. Así que esa noche éramos los más solicitados, nos ofrecían transporte y café.

La dinámica era sencilla. A partir de una hora indecente de la madrugada, salíamos a la calle y hacíamos un plan de recorrido, la casa del que vivía más lejos para cantarle las mañanitas a su jefecita y comportarnos como unos decentes mercenarios... ya se la saben.

Pasos sigilosos hasta la puerta -¡cállense cabrones!- el primer acorde en Re mayor, pa agarrar tono, Las Mañanitas. Mis amigos y yo, que ya le sabíamos al negocio teníamos un plan: si la luz se prendía con la primer canción y nos invitaban a pasar, ya en el pasillo con el compadre de la casa, abrazando a su despeinada pero orgullosa progenitora, le cantabamos otra canción, para que en los compaces de "A tí que me diste tu vida, tu amor y espacio, a ti que cargaste en tu vientre, dolor y cansancio..." nos calentaran el café. A veces así ocurría, otras se tardaban y sólo era alguna otra canción.

Luego cuando el café llegaba me hacía el Pedro Infante y yo solito cantaba aquello de "Cariño que Dios me ha dado, para quererlooooo, cariño que a mí me quiere sin interés... ay que dichoso soy..." y todo eso.

Había veces que hasta el marido salía, nos invitaba un tequila y entonces, sólo entonces, Juan Luis, campeón de declamación todos los años de la secundaria, se aventaba una poesía.

Insisto, eran otros tiempos.

Por alguna razón hoy recordé una anecdota. Fue de los últimos años que pudimos andar por las calles en la madrugada, sin más preocupaciones que los perros. Estábamos en la colonia Ejidal, una colonia de gente buena, aunque pobre y con problemas de seguridad, ahora más fuertes que antes.

Se nos pegó un teporocho clásico. Sucio, barbón, oliendo a alcohol y escandaloso, entrado en años pero aún joven, fuerte. Algunos amigos lo conocían y sólo le pedían que no hiciera mucho ruido antes de empezar a cantar. Quizá por eso como en cinco casas que nos acompañó no nos dejaron ni pasar al pasillo y yo ya traía la garganta reseca. Un poco molesto, la verdad. Apenas iba a abrir la boca para quejarme cuando vi al borracho sentarse en una casa, la verdad no muy jodida, con jardin en la entrada y toda de material, pintada bonita.

Algunos amigos se regresaron y entonces caí en cuenta. Le di a la guitarra. Otros me siguieron. El borracho empezó a llorar, fuerte, muy, muy fuerte. También a veces le daba risa y apuntaba bailando hacia la casa. "Su mamá" me dijo Isaías. "Supuse" le dije.

La luz se prendió a la tercera estrofa y el borracho se puso más contento. Terminamos la canción y nadie salió. El borracho se quedó sentado en la banqueta y dijo la única palabra que le entendí en toda la noche: "Gracias".

Nos fuimos y él se quedó ahí.

Quiero pensar que a partir de ahí se reconcilió con su familia. Lo he vuelto a ver, muchas veces y por supuesto que no se acuerda de mí. De esas veces algunas anda borracho, pero ya no tan sucio, ni tan jodido como aquella vez.

Otras anda sucio, de cal, arena y con un brillo en los ojos que sólo reflejan el cansancio del trabajo duro y de una vida digna. También quiero pensar que es el brillo que se obtiene al ser amado por la madre, a la que se le lleva serenata los diez de mayo.

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