Era una cosa de tiempo para que mis alumnos encontraran este blog.
Cuando comenzó el ciclo escolar, mi amigo Julio que es subdirector de la Secundaria Autlán me invitó a dar la clase de Español a los primeros años. Mi familia tiene muchos antecedentes docentes pero a mí no se me había dado la oportunidad de trabajar frente a grupo. Con mucho gusto, accedí y ahí estoy desde hace básicamente tres meses. Estamos a la mitad del segungo bloque al momento de escribir este post. Y deben de saber mis alumnos, compañeros y padres de familia que esta actividad ha sido una innagotable fuente de satisfacciones en lo personal y en lo profesional.
Cuando comenzaron las clases decidí advertirles a mis 66 alumnos -de tres grupos- que no los aceptaría en Facebook. Es una medida que entiendo un poco injusta porque los conozco personalmente y es un espacio de interlocución altamente significativo, pero tiene la intención sobre todo de protegerlos a ellos. Mi otro trabajo de textoservidor de la vida pública con frecuencia me lleva a decir cosas que de pronto que hasta a los adultos les cuesta trabajo asimilar, me refiero sobre todo a expresiones sobre posturas políticas, religiosas, deportivas, opiniones que pueden salirse de lo políticamente correcto que se espera de un profesor.
Después recordé la existencia de este blog y recordé que si bien, de ningún texto me avergüenzo, tampoco de ninguna vivencia, sí es sobre todo un catálogo de majaderías que entiendo son impropias en un contexto escolar.
Hoy una de mis alumnas, Sonia de 1B, me dijo discretamente que en una búsqueda de internet encontró un post que publiqué hace tiempo aquí. Sin duda no es de esa forma como están acostumbrados a escucharme hablar, ni de los temas que me escuchan hablar.
Así que por eso decidí dejarles este recado. En clase muchas veces nos hemos encontrado con palabras que son insultos y majaderías, y yo siempre les he dicho que no hay palabras buenas o malas, si no que todas son una especie de herramientas que sirven para un objetivo. También les digo que la inteligencia de una persona radica en reconocer el momento, el lugar y la compañía precisa para usar la palabra necesaria.
Las expresiones de este blog fueron hechas en un contexto de convivencia con adultos, desanfadada, de fiesta, como si ustedes estuvieran en el receso. Cuando las lean, haganlo sabiendo eso, tomando en cuenta ese contexto.
Si se suman a la lista de amigos para quienes escribí estos textos, me dará muchísimo gusto, estaremos más cerca de que los pueda dar de alta en Facebook.
Sean felices.
jueves, noviembre 07, 2013
martes, septiembre 18, 2012
Taberna del Turco. Un brindis por la traición
El sábado María echó la Taberna por la ventana,
adornó su local con múltiples tiras de papeletas tricolores, se vistió ella y las
muchachas que le ayudan de Escaramuzas Charras, a los meseros les puso moño de
charro y camisa blanca. No cabía duda que la dueña de la Taberna del Turco se
sentía feliz de que en la llamada fecha más mexicana a nosotros no nos cupiera
la duda que en ese lugar se ama a México y a su folclor. Manuel y yo estuvimos
a punto de echarle a perder la fiesta, cuando –cosa rara- estuvimos de acuerdo
en el que el primer brindis de la noche se lo debíamos dedicar a la traición y
a los traidores.
“Esas palabras no pueden estar en
una mesa en donde hay gente que confía en sus amigos. No hay nada peor en el
mundo que los traidores, es decir los que faltan a su palabra, quienes dicen
amar una cosa o una persona y luego la engañan y se van por otra. Esos deben
pagar” exigió María, a quien seguro la palabra traición tiene connotaciones con
su vida amorosa. Le digo que claro que deben pagar: “con el fusilamiento o
cortándoles la cabeza, quizá con cárcel”. “Sí claro, con eso a los muy
malditos”.
Le pedimos a nuestra anfitriona,
-el moño multicolor que agarra su melena acentúa el negro del pelo sin tinte en
el que se asoman dos dignas canas- que de una vez se tome su media hora de
descanso para cenar. Así que pidió su pozole, y ordenó una ronda de tequilas
servidos en caballito, derechos: “por los traidores pues”, y se lo tomó de un
trago.
Manuel tomó el caballito y lo
agitó frente a su cara como si fuera una copa de coñac, el muy payaso, y dice:
“este día deberíamos de festejar al verdadero padre de la patria, no hay otro
si no Agustín de Iturbide, Agustín I, el único que supo que las decisiones
importantes de las naciones se toman a nivel político entre un estrecho círculo
de gente importante, esas decisiones deben estar lejos de la gentuza que andaba
con Miguel Hidalgo”.
“Igual de traidores los dos”, le
digo. Y Manuel se enoja porque le pongo ese adjetivo a Iturbide. María se
desespera y me pide que de una buena vez, le diga porqué quiero brindar por la
traición y por los traidores, y porqué en la noche más mexicana esa fea condición
humana no se aleja de la plática.
“Algo tienen en común Hidalgo,
Allende, Josefa Ortíz, Leona Vicario, Vicente Guerrero, Morelos y hasta el
ídolo de Manuel, el señor Iturbide. Todos ellos son unos traidores. A la luz de
la historia patria son héroes –excepto Iturbide-, pero en el momento específico
de su historia, fueron traidores. Si hubiera habido Milenio o El Universal, el
encabezado del 17 de septiembre de 1810 no hubiera sido: “padre de la Patria da grito de
libertad”, como nos lo imaginamos ahora, seguro hubiera sido algo parecido a:
“Cura loco llama a la revuelta contra el Rey”, les aseguro”.
Para que México formal y
legalmente existiera como una Patria independiente, tuvieron que juntarse
muchas condiciones. Primero un descontento popular generalizado por las
condiciones sociales: esclavitud legalmente aceptada, régimen social de castas,
concentración de riqueza en pocas manos, control cultural y de la vida familiar
por una institución monopolizadora de la verdad, que en ese caso era la
iglesia, inseguridad en los caminos, fabricación de productos rentables en
pocas manos. La otra condición que favoreció que la guerra tuviera un término
hacia el país independiente, fue que las clases sociales que en un inicio
condenaron el movimiento insurgente, vieron en él una forma de desligarse de
una España que en manos de los Bonaparte se ponía peligrosamente liberal, que
con la Constitución
de Cádiz otorgaba derechos civiles que para ellos, los poseedores del capital
económico y político, era impensable compartir. Así que es mejor tener la mitad
de algo, que todo de nada. Eso ocurrió hasta 17 años después de que la
conspiración de Querétaro fue descubierta.
“Quienes ahora tienen calles,
escuelas, edificios públicos y fechas en el calendario con su nombre, en el
momento preciso en el que actuaron, fueron tratados como lo que en ese momento
eran para la inmensa mayoría: traidores al rey, o lo que es lo mismo:
revoltosos inútiles que deberían ponerse a trabajar y vivir el cambio en sí
mismos”.
A Manuel casi se le atora el taco
dorado de coraje: “No, no, no. No va por ahí. No quieras confundirnos. No es lo
mismo lo de antes a lo de ahora. Ahora son unos revoltosos, que deberían
ponerse a trabajar. No hacen nada de provecho, muchos grupillos que pululan por
ahí, no quieras hacerlos héroes”.
La verdad es que no quiero hacer
héroe a nadie. Mi única intención de brindar por la traición es para hacer
notar, que quienes han impulsado cambios que rompan las estructuras sociales
dominantes, en su momento son catalogados como delincuentes o como traidores.
Hidalgo y Morelos murieron fusilados. No digo que vayamos tras del primer líder
social que prometa libertad, como si fuera un Hidalgo actual. Se trata de que a
la luz de la historia, juzguemos los momentos actuales. Y que entendamos que en
televisión abierta y transmisión en vivo, nunca veremos actuar a un héroe. Que
los grandes cambios sociales son procesos lentos y paulatinos, que convocan a
grandes movilizaciones sociales que en su momento, encuentran fuerte oposición,
condena, insulto y en muchos casos, la muerte.
“O que todo depende del cristal
con que se mire” resume María con más ecuanimidad y luego animada por el
tequila presumió lo que alcanzó a entender: “para nosotros Morelos e Hidalgo
son héroes, pero en su tiempo pelearon contra el gobierno dominante, contra la
iglesia que era la que te decía quién era bueno y quién malo. Ah, ya entendí lo
de la traición”.
Manuel insiste en que las cosas
no son así, y no se calla ni cuando le hago ver que hasta Iturbide traicionó a
la causa que defendió durante muchos años. Y brindamos, por esos traidores que
le dieron la espalda al imperio Español y que su lucha derivó en un país
independiente.
Yo también brindé por los
traidores actuales. Por ese montón de revoltosos que aún con la condena pública
sobre sus hombros, luchan y viven por un país mejor. Y que aún no lo saben,
pero que quienes acuden a ver sus cabezas colgar de las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas,
en algún momento se verán obligados a concederles aunque sea un poco de razón.
La Taberna del Turco se publica originalmente en Letra Fría. Esta columna, por mi tardanza en entregarla no se alcanzó a publicar ahí, pero quería compartirla.
sábado, julio 21, 2012
¿Aún sirve mi blog?
¿Aún sirve mi blog? ¿Habrá alguien que se acuerde de él?
Tengo mucho sin escribir nada. Quizá sea un buen momento para tener un espacio para escribir, como siempre ha sido este espacio, sin tanto formalismo, sin ser políticamente correcto.
Apuntes para mis cuates, era la idea original. ¿Vuelvo a o no?
Tengo mucho sin escribir nada. Quizá sea un buen momento para tener un espacio para escribir, como siempre ha sido este espacio, sin tanto formalismo, sin ser políticamente correcto.
Apuntes para mis cuates, era la idea original. ¿Vuelvo a o no?
viernes, septiembre 24, 2010
Las mujeres y los vestidos
Era un viernes en la noche y yo, faltaba más, hacía lo que cualquier varón de mi edad y mi condición hace en un viernes en la noche. Entonces le quité la corcholata a la Bohemia oscura que transpiraba debido a su bajísima temperatura. Le subí a la música pues Joaquín Sabina me recordaba las negras consecuencias de decirte: "Cuidado Chaval, te estás enamorando" y encedí mi Camel rojo, el primero en 15 días.
Y le dije a Fabián, que hacía lo propio: "Si las mujeres supieran lo hermosas que se ven con vestido, lo usarían todos los días".
Mi amigo es inteligente, ya lo he dicho muchas veces, y agregó alguna reflexión que abonó a la idea y que, hablaba de lo difícil en términos prácticos que debe ser verse bien todo el tiempo.
Entonces reflexioné -Sabina ya regresaba al pueblo con Mar, pues el otoño había tardado en llegar lo mismo que el invierno- que ahí es donde radica la magia del vestido. Pues recordé a decenas de mujeres que en otros escenarios lucen poco agraciadas y el día que se quitaron los jeans y los tenis, y se pusieron el vestido o la falda a las rodillas, hicieron que varios volteáramos a verlas y algunos, soltaran un suspiro.
Nunca he sido conservador, pero a veces me pregunto si no estaríamos un poco más felices guardando cosas de antes. Por este Autlán y otro par de ciudades que frecuento, caminan seres humanos a los que hay que dedicarles un rato para descifrar si son féminas o varones. Iniciaron las estéticas Unisex y ahora todo parece igual.
Alguien en algún momento y estoy seguro que por intereses exclusivamente personales, nos convenció a todos de promover políticas y acciones que nos hicieran iguales. Ni yo ni nadie está en contra de que todos seamos dignos y que nadie sea lastimado y le sea negado su derecho al desarrollo. Hablo de la identidad, de los elementos que nos hacen relacionarnos con el mundo y al mundo con nosotros.
Y siento nostalgia por un mundo que viví sólo de pasada. Cuando las mujeres andaban en la calle en vestido que destacaban lo que hace bellas a las mujeres: las curvas. Algunas pronunciadas y otras escuetas, pero todas bellas. Ahora usan unos pantalones horrorosos que hacen entrar cada pierna en un empaque vacío de Platívolos Marinela y unos playeras que incluso las de pronunciadas llantas -capaces de criar moscos del dengue- se avistan.
"Ya no es lo mismo Vale" le digo a Fabián: "Es políticamente incorrecto marcar diferencias, e incluso en los más elementales principios teóricos, se requieren las diferencias para reafirmar las identidades propias. Vamos camino a ser una sociedad sin identidad, sin saber reconocerse".
Porque sobre todo en las relaciones entre el sexo femenino y el masculino, no hay nada más seductor que las diferencias. Y se marcan en sutilezas como la manera de vestirse.
"Pobres también de ellas" reconoce también Fabián: "Nosotros no vestimos Traje todos los días".
Y le doy la razón. Y sigue mi nostalgia, porque si bien, a todos los hombres nos gusta ver las curvas que prometen la calidéz, la ternura y la pasión -Caderas en las que no se pone nunca el sol, diría nuestro musical acompañante-, sospecho que a las mujeres les gusta ver en nosotros vestigios de eso que ya no somos: cazadores, guerreros, es decir, hombres duros capaces de defenderlas; toscos, sobrios, pero vulnerables únicamente a su seducción.
Darwin tendrá que volver, y reescribir su teoría de la Evolución de las Especies. Tendrá que agregar esos horribles pantalones de las mujeres y esas terroríficas cejas depiladas que tantos adolescentes le imitan al Chícharito Hernández.
Y le dije a Fabián, que hacía lo propio: "Si las mujeres supieran lo hermosas que se ven con vestido, lo usarían todos los días".
Mi amigo es inteligente, ya lo he dicho muchas veces, y agregó alguna reflexión que abonó a la idea y que, hablaba de lo difícil en términos prácticos que debe ser verse bien todo el tiempo.
Entonces reflexioné -Sabina ya regresaba al pueblo con Mar, pues el otoño había tardado en llegar lo mismo que el invierno- que ahí es donde radica la magia del vestido. Pues recordé a decenas de mujeres que en otros escenarios lucen poco agraciadas y el día que se quitaron los jeans y los tenis, y se pusieron el vestido o la falda a las rodillas, hicieron que varios volteáramos a verlas y algunos, soltaran un suspiro.
Nunca he sido conservador, pero a veces me pregunto si no estaríamos un poco más felices guardando cosas de antes. Por este Autlán y otro par de ciudades que frecuento, caminan seres humanos a los que hay que dedicarles un rato para descifrar si son féminas o varones. Iniciaron las estéticas Unisex y ahora todo parece igual.
Alguien en algún momento y estoy seguro que por intereses exclusivamente personales, nos convenció a todos de promover políticas y acciones que nos hicieran iguales. Ni yo ni nadie está en contra de que todos seamos dignos y que nadie sea lastimado y le sea negado su derecho al desarrollo. Hablo de la identidad, de los elementos que nos hacen relacionarnos con el mundo y al mundo con nosotros.
Y siento nostalgia por un mundo que viví sólo de pasada. Cuando las mujeres andaban en la calle en vestido que destacaban lo que hace bellas a las mujeres: las curvas. Algunas pronunciadas y otras escuetas, pero todas bellas. Ahora usan unos pantalones horrorosos que hacen entrar cada pierna en un empaque vacío de Platívolos Marinela y unos playeras que incluso las de pronunciadas llantas -capaces de criar moscos del dengue- se avistan.
"Ya no es lo mismo Vale" le digo a Fabián: "Es políticamente incorrecto marcar diferencias, e incluso en los más elementales principios teóricos, se requieren las diferencias para reafirmar las identidades propias. Vamos camino a ser una sociedad sin identidad, sin saber reconocerse".
Porque sobre todo en las relaciones entre el sexo femenino y el masculino, no hay nada más seductor que las diferencias. Y se marcan en sutilezas como la manera de vestirse.
"Pobres también de ellas" reconoce también Fabián: "Nosotros no vestimos Traje todos los días".
Y le doy la razón. Y sigue mi nostalgia, porque si bien, a todos los hombres nos gusta ver las curvas que prometen la calidéz, la ternura y la pasión -Caderas en las que no se pone nunca el sol, diría nuestro musical acompañante-, sospecho que a las mujeres les gusta ver en nosotros vestigios de eso que ya no somos: cazadores, guerreros, es decir, hombres duros capaces de defenderlas; toscos, sobrios, pero vulnerables únicamente a su seducción.
Darwin tendrá que volver, y reescribir su teoría de la Evolución de las Especies. Tendrá que agregar esos horribles pantalones de las mujeres y esas terroríficas cejas depiladas que tantos adolescentes le imitan al Chícharito Hernández.
domingo, agosto 22, 2010
Soneto a Martha, en el quinto aniversario
Análisis profundo de mi vida
obliga a ser sincero y decir
trascendencia, cariño haces sentir.
En mí, por tí, no hay lucha perdida.
Combates con candor a la distancia
matas con paciencia el pesimismo
tu beso heraldo, no espejismo,
de amor que engendra esperanza.
A tu lado estoy completo, vivo.
Mi vida, la tuya, es complicidad.
Sentido noble, fuerte, constructivo.
De dicha completa y seguridad.
Ganemos guerras, giro sorpresivo
construyamos juntos la felicidad.
obliga a ser sincero y decir
trascendencia, cariño haces sentir.
En mí, por tí, no hay lucha perdida.
Combates con candor a la distancia
matas con paciencia el pesimismo
tu beso heraldo, no espejismo,
de amor que engendra esperanza.
A tu lado estoy completo, vivo.
Mi vida, la tuya, es complicidad.
Sentido noble, fuerte, constructivo.
De dicha completa y seguridad.
Ganemos guerras, giro sorpresivo
construyamos juntos la felicidad.
lunes, mayo 10, 2010
El borracho y la serenata
Anoche me despertaron muchos tarados que aspiran a que sus mamás se sientan orgullosas porque van borrachos en camionetas y coches con equipos de sonido potentes a ponerle play al stereo en el track de Las Mañanitas. Sentí pena por las mamás que además de despertar tuvieron que soportar ver partir a sus hijos, alcoholizados y a madres a despertar a otras señoras. También me dio nostalgia.
Me estoy haciendo medio viejo, pensé al recordar cuando yo daba serenatas el diez de mayo. Y es que con el perdón, no era igual.
Estuve en la rondalla oficial de la Secundaria. Ya saben, era medio nerd. Sabía tocar la guitarra y el Contrabajo -tololoche, pa los compas- algunas canciones en el acordeón, y modestía aparte, sabía cantar, me entonaba, igual que ahora. Tenía muchos amigos igual que yo. Así que esa noche éramos los más solicitados, nos ofrecían transporte y café.
La dinámica era sencilla. A partir de una hora indecente de la madrugada, salíamos a la calle y hacíamos un plan de recorrido, la casa del que vivía más lejos para cantarle las mañanitas a su jefecita y comportarnos como unos decentes mercenarios... ya se la saben.
Pasos sigilosos hasta la puerta -¡cállense cabrones!- el primer acorde en Re mayor, pa agarrar tono, Las Mañanitas. Mis amigos y yo, que ya le sabíamos al negocio teníamos un plan: si la luz se prendía con la primer canción y nos invitaban a pasar, ya en el pasillo con el compadre de la casa, abrazando a su despeinada pero orgullosa progenitora, le cantabamos otra canción, para que en los compaces de "A tí que me diste tu vida, tu amor y espacio, a ti que cargaste en tu vientre, dolor y cansancio..." nos calentaran el café. A veces así ocurría, otras se tardaban y sólo era alguna otra canción.
Luego cuando el café llegaba me hacía el Pedro Infante y yo solito cantaba aquello de "Cariño que Dios me ha dado, para quererlooooo, cariño que a mí me quiere sin interés... ay que dichoso soy..." y todo eso.
Había veces que hasta el marido salía, nos invitaba un tequila y entonces, sólo entonces, Juan Luis, campeón de declamación todos los años de la secundaria, se aventaba una poesía.
Insisto, eran otros tiempos.
Por alguna razón hoy recordé una anecdota. Fue de los últimos años que pudimos andar por las calles en la madrugada, sin más preocupaciones que los perros. Estábamos en la colonia Ejidal, una colonia de gente buena, aunque pobre y con problemas de seguridad, ahora más fuertes que antes.
Se nos pegó un teporocho clásico. Sucio, barbón, oliendo a alcohol y escandaloso, entrado en años pero aún joven, fuerte. Algunos amigos lo conocían y sólo le pedían que no hiciera mucho ruido antes de empezar a cantar. Quizá por eso como en cinco casas que nos acompañó no nos dejaron ni pasar al pasillo y yo ya traía la garganta reseca. Un poco molesto, la verdad. Apenas iba a abrir la boca para quejarme cuando vi al borracho sentarse en una casa, la verdad no muy jodida, con jardin en la entrada y toda de material, pintada bonita.
Algunos amigos se regresaron y entonces caí en cuenta. Le di a la guitarra. Otros me siguieron. El borracho empezó a llorar, fuerte, muy, muy fuerte. También a veces le daba risa y apuntaba bailando hacia la casa. "Su mamá" me dijo Isaías. "Supuse" le dije.
La luz se prendió a la tercera estrofa y el borracho se puso más contento. Terminamos la canción y nadie salió. El borracho se quedó sentado en la banqueta y dijo la única palabra que le entendí en toda la noche: "Gracias".
Nos fuimos y él se quedó ahí.
Quiero pensar que a partir de ahí se reconcilió con su familia. Lo he vuelto a ver, muchas veces y por supuesto que no se acuerda de mí. De esas veces algunas anda borracho, pero ya no tan sucio, ni tan jodido como aquella vez.
Otras anda sucio, de cal, arena y con un brillo en los ojos que sólo reflejan el cansancio del trabajo duro y de una vida digna. También quiero pensar que es el brillo que se obtiene al ser amado por la madre, a la que se le lleva serenata los diez de mayo.
Me estoy haciendo medio viejo, pensé al recordar cuando yo daba serenatas el diez de mayo. Y es que con el perdón, no era igual.
Estuve en la rondalla oficial de la Secundaria. Ya saben, era medio nerd. Sabía tocar la guitarra y el Contrabajo -tololoche, pa los compas- algunas canciones en el acordeón, y modestía aparte, sabía cantar, me entonaba, igual que ahora. Tenía muchos amigos igual que yo. Así que esa noche éramos los más solicitados, nos ofrecían transporte y café.
La dinámica era sencilla. A partir de una hora indecente de la madrugada, salíamos a la calle y hacíamos un plan de recorrido, la casa del que vivía más lejos para cantarle las mañanitas a su jefecita y comportarnos como unos decentes mercenarios... ya se la saben.
Pasos sigilosos hasta la puerta -¡cállense cabrones!- el primer acorde en Re mayor, pa agarrar tono, Las Mañanitas. Mis amigos y yo, que ya le sabíamos al negocio teníamos un plan: si la luz se prendía con la primer canción y nos invitaban a pasar, ya en el pasillo con el compadre de la casa, abrazando a su despeinada pero orgullosa progenitora, le cantabamos otra canción, para que en los compaces de "A tí que me diste tu vida, tu amor y espacio, a ti que cargaste en tu vientre, dolor y cansancio..." nos calentaran el café. A veces así ocurría, otras se tardaban y sólo era alguna otra canción.
Luego cuando el café llegaba me hacía el Pedro Infante y yo solito cantaba aquello de "Cariño que Dios me ha dado, para quererlooooo, cariño que a mí me quiere sin interés... ay que dichoso soy..." y todo eso.
Había veces que hasta el marido salía, nos invitaba un tequila y entonces, sólo entonces, Juan Luis, campeón de declamación todos los años de la secundaria, se aventaba una poesía.
Insisto, eran otros tiempos.
Por alguna razón hoy recordé una anecdota. Fue de los últimos años que pudimos andar por las calles en la madrugada, sin más preocupaciones que los perros. Estábamos en la colonia Ejidal, una colonia de gente buena, aunque pobre y con problemas de seguridad, ahora más fuertes que antes.
Se nos pegó un teporocho clásico. Sucio, barbón, oliendo a alcohol y escandaloso, entrado en años pero aún joven, fuerte. Algunos amigos lo conocían y sólo le pedían que no hiciera mucho ruido antes de empezar a cantar. Quizá por eso como en cinco casas que nos acompañó no nos dejaron ni pasar al pasillo y yo ya traía la garganta reseca. Un poco molesto, la verdad. Apenas iba a abrir la boca para quejarme cuando vi al borracho sentarse en una casa, la verdad no muy jodida, con jardin en la entrada y toda de material, pintada bonita.
Algunos amigos se regresaron y entonces caí en cuenta. Le di a la guitarra. Otros me siguieron. El borracho empezó a llorar, fuerte, muy, muy fuerte. También a veces le daba risa y apuntaba bailando hacia la casa. "Su mamá" me dijo Isaías. "Supuse" le dije.
La luz se prendió a la tercera estrofa y el borracho se puso más contento. Terminamos la canción y nadie salió. El borracho se quedó sentado en la banqueta y dijo la única palabra que le entendí en toda la noche: "Gracias".
Nos fuimos y él se quedó ahí.
Quiero pensar que a partir de ahí se reconcilió con su familia. Lo he vuelto a ver, muchas veces y por supuesto que no se acuerda de mí. De esas veces algunas anda borracho, pero ya no tan sucio, ni tan jodido como aquella vez.
Otras anda sucio, de cal, arena y con un brillo en los ojos que sólo reflejan el cansancio del trabajo duro y de una vida digna. También quiero pensar que es el brillo que se obtiene al ser amado por la madre, a la que se le lleva serenata los diez de mayo.
martes, abril 13, 2010
La razón y la victoria
Si algún día llego a tener un hijo, procuraré enseñarle a que aplique en su vida cotidiana el siguiente principio.
Quédate siempre del lado de la razón, aunque en apariencia eso no te de la victoria.
Porque qué patético e inhumano es, que con afán de victoria, con afán de salir bien librado y aplaudido, nos alejamos de la verdad y la razón.
Eso no es de bien nacidos.
Quédate siempre del lado de la razón, aunque en apariencia eso no te de la victoria.
Porque qué patético e inhumano es, que con afán de victoria, con afán de salir bien librado y aplaudido, nos alejamos de la verdad y la razón.
Eso no es de bien nacidos.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)